corpus
Coca de cerezas
Como suele suceder con aquellas cosas que son consustanciales al sentimiento identitario reusense, es difícil determinar con precisión cómo y cómo surge la iniciativa de endulzar, para Corpus, el paladar de los reusenses con la Coca amb Cireres.
En los anales de la historia local encontramos la referencia de Corpus de 1918 cuando el alcalde accidental Artemi Aiguader i Miró decidió recuperar una tradición que se había perdido con el tiempo, el reparto gratuito de tortas con cerezas a los niños.
La iniciativa, que resonó como una melodía entrañable, fue una manera de rellenar de risas y alegría los corazones de los pequeños ciudadanos de Reus. No sólo se repartieron tortas a los niños del asilo, sino que un total de dos mil cien unidades fueron entregadas a todos aquellos que se unieron a la celebración.
La curiosa historia de esta tradición, según se narra, tiene sus raices en el pesador del mercado de la harina, situado en la plaza de la Farinera, a mediados del siglo XIX. Este hombre sabiamente aprovechaba el polvo recogido de los sacos de harina que llevaban para pesar, transformándolo en tortas que endulzaban los corazones de los más pequeños. pasteleros del municipio con la referencia que hemos citado anteriormente.
Pero todavía existe otra vivencia que otorga a la torta una simbología muy especial. Se explica que los reusenses llevaban sus propias cerezas a los hornos y pastelerías donde los artesanos de la harina las incorporaban a las tortas. Esto no sólo daba un toque personal a cada dulce, sino que también creaba una especie de simbiosis entre la comunidad y sus hornos locales.
En estos actos de compartir las mismas cerezas con el horno, se creaban señales únicas para identificar de quién era cada una de las tortas. Este ritual no sólo unía a las personas en torno a una mesa llena de delicias, sino que también fortalecía los lazos de la comunidad.
La cereza propia de esta tradición, la llamada negrita, es una joya gastronómica que, lamentablemente, ya no se comercializa ampliamente y difícil de encontrar. Esta cereza tardía, pequeña, de carne dura, casi negra y extraordinariamente dulce, es la protagonista que confiere a la torta su esencia única.
Puesta sobre la pasta y cubierta de azúcar, la negrita libera un almíbar exquisito de color de vino, que baña la torta con su dulzura característica. Esta expresión culinaria de cariño y tradición sigue siendo una delicia para los sentidos, transportándonos a un tiempo cuando la simplicidad y la colaboración eran los ingredientes fundamentales de cada fiesta gastronómica.